Él estaba en frente del lago,
sostenía una copa de vino… esperaba. Ella se acercó y puso una mano sobre su
hombro. Sonrío. Él la miró y le devolvió
la sonrisa, luego la siguió, estaba el salón lleno de invitados. Se sentó junto
a ella en la mesa. Ella ladeo su cabeza, dejándole ver su cuello, con una mano
sostenía una copa de vino y con la otra jugueteaba alegremente con un mechón de
cabello que caía en su hombro.
-
¿Por qué me tienes tan cerca? – preguntó él.
-
¿Por qué no? – ella solo sonrió.
-
Vamos, dejame ir. Estaré allí mismo. – Señala la
mesa donde está servido el buffet.
-
No. – Se muerde el labio. Lo mira fijamente. –
No te quiero dejar ir. – Se acerca a su rostro y pega su frente a la de él, le
rodea el cuello con sus brazos. Lo mira fijamente a los ojos. Los dos tienen
las pupilas dilatadas. Se ríen al
tiempo. Ella se vuelve a sentar.
-
No me iré de aquí. Me tienes aprisionado. –
Sonríe. – Pero es una prisión que me gusta. – Sonríen los dos como cómplices.
-
Eso me gusta. – Sonriendo se acercó a él y le
rozó la mejilla con los labios. – Hueles bien. – Él la besa en el cuello. – Cuando
ella abre los ojos se da cuenta q detrás de él se encuentra aquella mujer
extraña. Se siente paralizada, de pronto, ya no está en el salón de baile, si
no en una celda. Aquella extraña mujer le habló. - ¿No te dijo quién era? ¿No
te dijo qué era? – Dos grandes
hombres, con barbas mal arregladas y mal olientes la sujetaron y la metieron en
una habitación más grande, ligeramente iluminada. Había un hombre de espaldas,
apoyando sus manos sobre la mesa, tenía la espalda encorvada, estaba… estaba
inclinándose sobre alguien. De pronto el hombre se voltea. Era él, sus labios
estaban manchados de sangre. Sangre que se escurría y recorría ligeramente su
mentón, su cuello, su pecho. Tenía las pupilas totalmente dilatadas, pero no
eran negras, sino rojas. Se apartó un poco de la mesa para que ella pudiera ver
quien estaba ahí tendido. Era ella misma. Desangrándose. Gritó. Él solo sonrío
y dejo ver dos largos y afilados colmillos…
Está ardiendo en fiebre. Dijo una
enfermera en francés al tiempo que colocaba un paño frío sobre su frente. Es
necesario que un galeno la vea ahora mismo. – Me encargare de eso ya mismo. –
Dijo el hombre de la máscara cerrando la puerta tras de sí.
La enfermera la miró y con cara
maternal le dijo. –Sólo fue un sueño.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario